julio 07, 2009

DESDE EL CORAZÓN (I)

(8 de julio: a siete años del deceso del R.P. Juan Medcalf, testimonio de su hermana, Kathy Doust)

Cuando veo las fotos de Juan –algunas tomadas durante su infancia y una de color en el año 2000, cuando mi madre cumplía 90 años–, parece que hay dos caras de él: una muy seria y la otra justo lo contrario, muy alegre. Sin embargo, mis recuerdos se inclinan mucho más hacia la segunda.
Él fue casi diez años mayor que yo: era el mayor de seis hijos y yo la número cinco. Quizá no debería admitirlo, pero siempre fue mi hermano favorito. Supongo que la diferencia de edad fue un factor. Fue siempre el hermano que conseguía unos pocos centavos para comprarme un caramelo o tenía la edad suficiente para llevarme a conocer otros lugares.
No obstante, era más que eso. Era muy travieso y enormemente divertido. A menudo usaba su humor para poner a sus hermanos en problemas. Tenía el don de poner la cara de “yo no fui” cuando era necesario, así que él podía hacer algo terrible para hacernos reír en la mesa y, de inmediato, ser capaz de evitar la ira de mi padre pretendiendo que él no había sido parte de la broma.
Puedo recordar, también, qué tan bueno fue contando historias, sobre todo cuentos de fantasmas. Aprovechaba los largos caminos a casa por el campo en noches particularmente oscuras para contarlos a mí y a mis amigos. Siempre terminaba con mis amigos chillando y corriendo a casa, muertos de miedo y diciendo que nunca más volverían a caminar con nosotros.
Así que no puedo recordar un hermano serio y aburrido.
Otros también recordarán su humor. Siempre le estaba haciendo trucos a alguien y hasta fue amenazado con la expulsión de los Misioneros en una casa en Londres después que cambió a la cocinera un queso por jabón. ¡A ella eso no le divertía en absoluto!
En una nueva parroquia –de St. Leonards, con feligreses que no estaban acostumbrados a su sentido del humor y en el Día de los Inocentes –, envió a muchos de ellos al muelle con la creencia de que el obispo iba a llegar para bendecir a los peces. John, por supuesto, a esa hora ya estaba a muchas millas de distancia, en un tren rumbo a Londres. Hubo sentimientos diversos entre los feligreses dependiendo del nivel de humor de cada uno, pero sé que al final todos llegaron a conocer su ingenio.

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